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20110530

Cantando bajo la lluvia

¡¡Viva la lluvia!!Muchas veces rompe a llover justo en el momento menos oportuno.
Muchas otras, en cambio, la lluvia parece ser un regalo de algún ente sobrenatural que, por algún motivo, nos ha cogido cariño.

En cuanto a mí... Yo adoro la lluvia.

Hace algunos años, pasé algunos meses sin ver llover (algo poco común donde yo vivo). Fue durante esa época en la que los medios se centraban y se obsesionaban con el calentamiento global. Una época de calor abrasador y de aire tan seco como el viento del desierto.

Entonces, una noche de verano, sin previo aviso, empezó a llover. Cuando escuché el delicioso sonido de gotas golpeando mi ventana, mi corazón se quedó sin respiración durante varios segundos. Flotaba en el aire.

Sin pensar, me levanté de mi silla, bajé corriendo las escaleras y salí al jardín. La noche estaba tan fresca -o estaba yo tan emocionado- que el vello de mis brazos se erizó. El agua, caída del cielo, acariciaba mi piel con la más dulce de las ternuras. El olor a tierra mojada me invitó a llorar.

La vida es como la lluvia: podemos dejarnos ahogar o podemos llover con ella.









Link tocando la ocarina
Gracias, lluvia.

20101218

Las flores de las mañanas de invierno

Hay una cita que a mi hermana le encanta. Es de Enrique Ernesto Febbraro y dice: "Cuando llueve, comparto mi paraguas; si no tengo paraguas, comparto la lluvia."

No está lloviendo, ni estoy escuchando la popular canción de Rihanna sobre compartir su umbrella; simplemente he pensado en paraguas.

Un paraguas es un utensilio que muchos (no todos) usamos para resguardarnos en los días lluviosos (si veis Mary Poppins, descubriréis que tiene otros usos, mas os desaconsejo que los probéis sin supervisión de un experto).

Hace mucho tiempo, en un lugar no tan lejano, me encontraba, como cada mañana, caminando hacia mi facultad. Era uno de esos días que la tele describe como de "fuertes precipitaciones en el tercio norte de la Península", lo que permitió que me pasase todo el trayecto fijándome en los utensilios que los demás viandantes usaban para resguardarse de la lluvia. El mío, como el de la mayoría, era negro; unos cuantos, en cambio, eran de colores vivos (rojos, amarillos, azules) y alegraban la vista desde kilómetros a la redonda: brillaban en medio de la infinita grisura invernal.

Desde entonces utilizo un paraguas verde, porque los paraguas de colores son las flores de las mañanas de invierno. Y pocas cosas me gustan más que una flor.




 



Tooru Honda, tan adorable como un paraguas